¡AY, TU MADRE!
-¡O el porno o yo! –profirió la esposa
la amenaza en un tono de voz terrible,
acompañando el anuncio con sus manos crispadas como garras de gárgola.
-Pero… mujer.
-Ni peros ni leches –el marido pensó que
su mujer estaba realmente decidida a dejarle, jamás pronunciaba tacos.
-Sí, reconozco que es una debilidad que
tengo. Pero yo te soy fiel y te quiero. ¿Qué te molestará a ti que tenga unos
cuantos vídeos?
-¿Sabes lo humillada que me siento?
Pienso que me comparas con esas guarras en tus fantasías libidinosas. Me he
entregado a ti como mujer y como esposa, ¿es que no tienes bastante? ¿Qué más
necesitas? ¿Quieres que me convierta en una prostituta para saciar tu morbo
malsano? Eso te gustaría, ¿verdad? ver como otros hombres me fornican, ¿verme
chapoteando en fluidos orgánicos?
-No digas tonterías. Sacas las cosas de
sitio. No tiene tanta importancia.
-Me iré de casa, te lo juro; el porno o
yo. He hablado con mamá y ella me apoya en mi decisión.
-¿Por qué tienes siempre que involucrar
a tu madre en nuestras cosas? –le replicó el marido molesto.
-Tú sabes que he recibido una estricta
educación protestante –“el que tendría que protestar soy yo por lo estrecha que
eres”, pensó el hombre-, no soy una mujerzuela, no puedo soportar la sola idea
de que mi casa albergue esa basura. Esas putas, esas bestias, esas mujeres
demoníacas realizando esas porquerías; sólo de pensar que te puedes excitar
viéndolas, me repugna hasta lo más profundo de mi alma. Tendrías que santificar
nuestro hogar y lo ensucias y embruteces con pornografía.
-Vale, vale, hoy mismo me deshago de mi
colección de vídeos.
Dos horas después de la discusión, el
hombre –que siempre cedía a las pretensiones de su esposa- llenaba una caja con
su extensa colección de vídeos pornográficos. Con nostalgia, con genuino apego
de coleccionista, iba repasando los títulos, rememorando las buenas sesiones de
onanismo que le habían proporcionado, incluso, y especialmente, durante su
frustrante matrimonio. Violeta, su mujer, consideraba que el sexo era algo
sucio, repulsivo y pecaminoso. Ella le racaneaba el momento de hacer el amor
–sus jaquecas eran proverbiales- y cuando accedía, lo realizaban siempre con la
luz apagada. En cinco años de matrimonio no había conseguido verla desnuda, y,
por supuesto, ni hablar de relaciones prematrimoniales. El marido encontraba
una relación directa entre sus aficiones masturbatorias y su pornofilia con la
mojigatería y frialdad de sus coitos maritales, copular con una momia recién
desenterrada de una catacumba seguro que era más excitante que hacerlo con su
mujer.
Claro, que una cosa era expatriar los
vídeos y otra muy distinta renunciar a los placeres que proporciona al voyeur el universo digital. No había
pasado ni un mes desde que Mariano –que así se llamaba el marido- se hubo
deshecho de su colección de vídeos, que ya se aprestaba a grabar, con
clandestinidad y alevosía, películas equis
bajadas de internet en un disco duro externo. Para evitar la fiscalización
inquisitorial de Violeta, el hombre rebautizaba los títulos porno con otros de
cine clásico; así, “Casting para primerizas cachondas” pasó a denominarse “¡Qué
bello es vivir!”, “Felpudas y tetudas” por “¡El triángulo de las Bermudas”,
“Pétame el bul” por “Ben-Hur”; “Más adentro” por “Mar adentro”, “La guarra de
las galaxias” por “Star Wars”; “Taradas con vulvas extrañas” por “Taras Bulba”;
etc. Además, en el disco duro externo
alojó la joya de la corona de su colección: un vídeo casero grabado con un
minicámara camuflada en el armario, en el que aparecían él y su mujer en la
cama, rodados con lente de visión nocturna; grabación a la que inscribió como
“Casablanca”.
Al mes de haber llenado el disco duro de
películas sicalípticas y cuando se proponía a rellenar un segundo dispositivo,
Violeta le telefoneó al trabajo:
-Cariño, ¿sabías que mamá lleva tres
días sin salir de casa?
¿Para eso le llamaba al trabajo, para
explicarle tonterías acerca de suegra insoportable?:
-¿Y eso, cari?
-Se hizo un esguince y se lo han
enyesado.
-Pobre. Dale recuerdos.
-No me ha llamado antes porque no me
quería preocupar, pero hoy no ha podido evitarlo, dice que se aburre. He ido a
verla.
-Bien hecho, reina.
-Para que se entretenga, me he llevado
el disco duro ese donde guardas películas clásicas. Mamá me ha dicho que está
loca por volver a ver Casablanca.
(Cuento publicado en la antología "Natalie y otros relatos eróticos", editado por Donbuk)